21/4/11

«TODO SE HA CONSUMADO»(JN. 19, 30)


«TODO ESTA CUMPLIDO»


Instantes después de pronunciar su quinta palabra, el divino Crucificado pronunció la sexta: «Todo se ha consumado, todo está cumplido».
Con su ciencia divina, y hasta con su ciencia humana, fue
recorriendo todo el conjunto de las profecías del Antiguo
Testamento y vio que estaba todo maravillosamente cumplido. No faltaba ni un solo detalle.
E1 Profeta Isaías había profetizado que nacería de una Madre Virgen. Y delante de Él estaba la Santísima Virgen María, la Inmaculada, la Reina y Soberana de las vírgenes.
El Profeta Miqueas había dicho que nacería en Belén de Judá. Y en Belén de Judá, en el portal de Belén, nació el Niño Jesús.
En el salmo 71 estaba profetizado que los Reyes vendrían a adorarle: «Reges Tharsis et insulae munera offerent...» y los Reyes Magos se presentaron en Belén y le adoraron y le hicieron presentes de oro, incienso y mirra como estaba profetizado en el salmo.
El Profeta Oseas anunció que el Mesías vendría de Egipto. Y estalla la persecución de Herodes y el Niño Jesús tiene que huir a Egipto, y la profecía que se cumple al píe de la letra, como estaba anunciada.
«Y será llamado Nazareno», Y los primeros 30 años de su vida los vivió Jesucristo en la casita de Nazaret: «Será llamado Nazareno».
«Y saldrá la voz del que clama en el desierto y le preparará los caminos». Y el Precursor, Juan el Bautista, se presentó delante de todo el pueblo diciendo: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: preparad los caminos del Señor». Al pie de la letra. Se había cumplido.
Estaba profetizado que entraría triunfante en Jerusalén sobre un pobre borriquillo. Y cinco días antes, el domingo de Ramos, entró triunfante en Jerusalén, sobre un pobre borriquillo.
Estaba profetizado que sería vendido por treinta monedas de plata. Y en el pavimento del templo estaban todavía las treinta monedas de plata, precio sacrílego de la traición, arrojadas por el traidor Judas.
Estaba profetizado en el salmo 21 que se burlarían de Él: lo acababa de recordar el mismo Jesucristo: «Mueven sus cabezas en son de burla... ¡Sálvele Yahvé, puesto que dice que le es grato!... Mi lengua está pegada al paladar... Han taladrado mis manos y mis pies y se puede contar todos mis huesos... Se han repartido mis vestidos y echan suertes sobre mi túnica». Todo se había cumplido al pie de la letra.
Faltaba un detalle. El salmo 68 dice expresamente: «Y en mi sed me dieron a beber vinagre». Y en aquel momento, el soldado, con la lanza, le daba a beber vinagre.
Y Cristo, recorriendo todas las profecías del Antiguo Testamento y viendo que se habían cumplido maravillosamente todas en Él, lanzó un grito de profunda, de íntima y entrañable satisfacción: «¡Todo está consumado, todo está cumplido!».
Es el grito del triunfador que se cubre con el laurel de la victoria.
Ahí está. Lleno de heridas, pero de gloriosas heridas, ¡Ha triunfado!
¡Consummatum est: Todo está cumplido!
O si queréis, y esto es más santo, más religioso y más elevado todavía. Más que el capitán que termina victorioso la batalla, es el sacerdote que después de celebrar la Santa Misa se dirige al pueblo y dice: ¡Ite Misa est!: ya podéis marcharos, la Misa está acabada, ¡Con qué íntima alegría se diría Jesucristo a Sí mismo en el fondo de su Corazón: «¡Iglesia santa!, ya te siento latir dentro de Mí como las madres sienten latir a sus hijos momentos antes del alumbramiento.
Ya te siento. Iglesia santa, dentro de mí. Dentro de breves momentos la lanza del soldado atravesará mi divino Corazón y brotará la Iglesia con sus siete sacramentos. Ya tengo salvado al mundo, ya he redimido a la humanidad. ¡Consummatum est! lo he cumplido todo!
Es el grito de triunfo del que se ciñe, vuelvo a repetir, con el laurel de la victoria.
* * *
Jesucristo: te costó mucho. ¡Te costó mucho! Naciste como un gitano (¡perdóname, Señor!), naciste como un gitano en el Portal deBelén. Tuviste que huir como un facineroso a Egipto. Trabajo duro de carpintero durante treinta años. Y durante los tres años de tu vida apostólica, de tu vida pública, no tenías donde reclinar tu cabeza, Y te insultaron y te blasfemaron: «¡Si éste lanza los demonios en virtud de Belcebú, si es un endemoniado y un samarítano, no le hagáis caso!..,» Y luego lo de anoche: aquel sudor de sangre; y lo de esta mañana: la flagelación y la coronación de espinas y la cruz a cuestas y la crucifixión. ¡Te ha costado mucho, Jesucristo, pero has triunfado! Te felicito con toda mi alma. ¡Has triunfado! Te costó; pero lo cumpliste todo hasta el último detalle. Y ahora puedes lanzar satisfecho tu grito de triunfo: «¡Todo se ha consumado, todo está cumplido!».
* * *
Amadísimos de mi alma: todo pasa. ¡Todo pasa!... La belleza, el esplendor, las joyas, el triunfo, las alegrías, los placeres mundanales...
¡Todo pasa! Pero también el sufrimiento, y el hambre, y la sed y la amargura y las persecuciones y las calumnias. ¡Pasarán también!
Tú que ríes, que gozas, que bailas, que te diviertes en contra de Cristo. ¡Pobre de ti! Porque todo eso pasará, pero quedarán sus consecuencias.
Y tú que sufres en la cama de un hospital, tú que soportas en silencio por amor a Dios las injurias de los hombres, las calumnias, i la persecución, el hambre, la desnudez... ¡feliz y dichoso de ti!, porque todo eso pasará, pero el mérito de tu paciencia y resignación perdurará eternamente.
A la hora de la muerte todos lanzaremos nuestro consummatum est.
¡Ah!, pero qué distinto el consummatum est del pecador, del consummatum est del justo.
El pecador: «Pasaron para siempre mis deleites; y ahora el infierno para toda la eternidad».
El justo; «Pasaron mis tormentos, mis dolores y amarguras; y ahora el esplendor de! cielo para siempre, para toda la eternidad».
Estáis a tiempo todavía, pecadores que me escucháis, estáis a tiempo todavía. No es un pobre hombre el que os lo dice, es Cristo Nuestro Señor desde lo alto de la cruz. Estáis a tiempo todavía. ¡Ah!, si quisierais de verdad... ¡Qué alegría tan entrañable a la hora de la muerte; qué consummatum est podríais lanzar a la hora de la muerte!
Oídme bien todos. Escuchad lo que podréis decir a la hora de la muerte si queréis.
«En mis años mozos, ¡cómo me costó! ¡Cómo me costó vencer el ímpetu de mis pasiones! El gran problema de la juventud, sobre todo de la juventud masculina, es la pureza. ¡Cómo me costó! ¡Qué esfuerzo tan enorme tuve que hacer! ¡Cómo tuve que sudar sangre!
¡Cómo me costó!... Pero: consummatum est: lo cumplí. Con la gracia de Dios, huyendo de las ocasiones de pecado, confesando y comulgando con frecuencia, con una devoción tiernísima a la Santísima Virgen María... Me costó mucho, pero lo cumplí. Ahora muero tranquilo: consummatum est».
Después llegué al matrimonio. Las leyes sacrosantas del matrimonio, ¡qué duras me resultaron! (¿Por qué insiste tanto. Padre, en estas cosas? Porque son los pecados que se cometen hoy en el mundo. Yo no voy a perder el tiempo en aconsejaros que no os pongáis de rodillas ante una estatuilla de Buda; ¡si no lo hace nadie!, pero tengo que combatir los pecados que la gente comete, y los que la gente comete son precisamente estos que estoy repitiendo; por eso insisto, porque quiero vuestro bien, porque quiero vuestra salvación). Las leyes sacrosantas del matrimonio muchas veces cuestan mucho, hay que reconocerlo. Hay cosas que son muy duras. Cuestan mucho.
Pero ¡qué alegría a la hora de la muerte! Me costó mucho, pero cumplí la Ley de Dios. Y Dios me ayudó y saqué a todos mis hijos adelante porque precisamente venían a este mundo en cumplimiento de la voluntad de Dios, y Dios jamás abandona al que cumple su divina voluntad. ¡Me costó mucho, pero lo cumplí! Ahora muero tranquilo: todo está consumado.
Aquella mala amistad, ¡cómo me costó arrancarla de mi corazón! La tenía metida en lo más hondo de mis entrañas; Pero Cristo me advirtió en el Evangelio: «Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncalo y tíralo lejos de ti; porque te tiene más cuenta entrar en el cielo con un solo ojo que con dos ojos ser sepultado en el infierno. Y si es tu mano derecha la que te escandaliza, córtala sin compasión y tírala lejos de ti; porque te tiene más cuenta entrar en el cielo con una sola mano que no con las dos ser sepultado en el infierno». Y como eso no era más que el símbolo y la figura de aquella amistad criminal que tenía tan metida en mis entrañas, ¡cómo me costó arrancarme aquel ojo de la cara, aquella mano derecha! ¡Cómo me costó arrancármela! Pero la arranqué, y la tiré lejos de mí. Y ahora consummatum est, lo cumplí. ¡Con qué alegría muero!
Y aquellas malas confesiones, y aquel pecado vergonzoso callado tantas veces, ¡cómo me costó confesarlo! Pero me convencí de que no tenía más remedio: confesión o condenación. Si le pido perdón a Dios, pero no quiero pasar por el sacramento de la penitencia instituido por Nuestro Señor Jesucristo, Dios no me perdona: confesión o condenación. ¡Cómo me costó!, después de tantas confesiones sacrílegas, ¡cómo me costó! Pero por fin me confesé bien. Me costó mucho, pasé mucha vergüenza, pero me confesé. Y ahora: consummatum est, cumplí con mi deber, muero tranquilo y en paz.
¡Ah, mis negocios! ¡Cómo me tentaba el tintineo del oro, la sed de riquezas y el afán de ganarlas a toda costa! Pero fui honrado. No gané ni una peseta injustamente. Gané menos dinero del que hubiera podido robar. Pero lo gané honradamente, y ahora muero tranquilo: consummatum est.
Y nosotros, sacerdotes, ¡qué alegría si a la hora de la muerte podemos decir en verdad: me entregué, me volqué, me destrocé, arruiné mi salud en busca de las almas. ¡Pero con qué fe, con qué ardor las buscaba! He dejado a jirones mi vida en las zarzas del camino, pero consummatum est: lo cumplí. ¡Qué alegría tan divina!
Que nuestra última palabra, señores, sea una palabra sacerdotal. Porque todos somos sacerdotes en cierto sentido: «Regale sacerdotium», dice el Apóstol San Pedro aludiendo a todos los cristianos. Todos participamos de alguna manera del sacerdocio de Cristo, todos podemos celebrar, cada uno a nuestra manera, nuestra misa particular, nuestra misa individual, mediante el  cumplimiento de nuestros deberes y la inmolación de nosotros mismos en aras del sacrificio y la abnegación.
Y a la hora de la muerte, después de haber dicho nuestra misa a todo lo largo de nuestra vida, subiendo poquito a poquito la cumbre de la colina del Calvario, podremos lanzar también nuestro grito de triunfo: ¡¡¡Ite Misa est!!! Acabada está la misa. Ya la he terminado: consummatum est. Y ahora al cielo para siempre, para siempre, para toda la eternidad.

Antonio Royo Marín

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