1/8/11

SANTO CURA DE ARS: SERMÓN SOBRE LA COMUNIÓN

LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

“No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos” (Sto. Cura de Ars)

Educación de los fieles en la comunión

            Para hacer una buena comunión es preciso tener una viva fe en lo que concierne a este gran misterio; siendo este sacramento un misterio de fe,  hemos de creer con firmeza que Jesucristo está realmente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está allí vivo y glorioso como en el Cielo.
            Antiguamente, el sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión, sosteniendo en sus dedos la santa Hostia, decía en alta voz: “¿Creéis que el Cuerpo adorable y la Sangre preciosa de Jesucristo están verdaderamente en este sacramento?” Y entonces respondían a coro los fieles: “Sí, lo creemos”.
            Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, mas tampoco deben ser descuidados y estropeados; a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con qué cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros, en nada faltan, ya que no es suya la culpa; pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados, con el rostro y las manos limpias.
            Es necesario que todo nuestro porte exterior dé, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.
            Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias que Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere.
            Después de haber rezado las oraciones indicadas, ofreced la Comunión por vosotros y por los demás, según vuestras particulares intenciones; para acercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con gran modestia, indicando así que vais a hacer algo grande; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús sacramentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar la fe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y plenitud de vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón deben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volver la cabeza a uno y otro lado […]. Si aún debieseis aguardar algunos instantes, excitad en vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, suplicándole con humildad que se digne venir a vuestro corazón miserable.
            Después que hayáis tenido la inmensa dicha de comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vuestro sitio y os pondréis de rodillas…; ante todo, deberéis conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéis la dicha de albergar en vuestro corazón, donde, durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma como en su vida mortal.
            Habiendo ya rezado las oraciones para después de la Comunión, llamaréis en vuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor que acaba de dispensaros.
            No saldréis de la iglesia al momento de terminar la santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantes para pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros propósitos[…].
            ¿Estáis allí con las mismas disposiciones que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?
¿A quién recibimos?
           
            Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamás por lugar alguno sin derramar sus bendiciones en abundancia, de lo cual deduciremos cuán grandes y preciosos deben ser los dones de que participan quienes tienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión; o mejor dicho, que toda nuestra felicidad en este mundo consiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión.
            Todos los Santos Padres están conformes en reconocer que, al recibir a Jesucristo en la Sagrada Comunión, recibimos todo género de bendiciones para el tiempo y para la eternidad. En efecto, si pregunto a un niño: ¿Debemos tener ardientes deseos de comulgar? –Sí, Padre, me responderá. –Y por qué? –Por los excelentes efectos que la comunión causa en nosotros. –Mas, ¿cuáles son estos efectos? –Y el me dirá: La Sagrada Comunión nos une íntimamente a Jesús, debilita nuestra inclinación al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia, y es para los que la reciben un comienzo y una prenda eterna.
            Recibiendo a Jesucristo, nuestro espíritu se fortalece, en nuestras luchas somos más firmes, nuestros actos están inspirados por la más pura intención,  y nuestro amor va inflamándose cada vez más y más.
            La Sagrada Comunión es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo; estas son las arras que nos envía el Cielo en garantía de que un día será nuestra morada; y aún más, Jesucristo hará que nuestros cuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más frecuente y dignamente hayamos recibido el Suyo en la Comunión.
(Boletín San Pío V N° 26, Córdoba, 2011))

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