El Corazón de Jesús vive en la Eucaristía, supuesto que su cuerpo esta allí vivo. Es verdad que este Corazón divino no está allí de un modo sensible, ni se le puede ver, pero lo mismo ocurre con todos los hombres. Este principio de vida conviene que sea misterioso, que esté oculto: descubrirlo sería matarlo; sólo se conoce su existencia por los efectos que produce.
El hombre no pretende ver el corazón de un amigo, le basta una
palabra para cerciorarse de su amor. ¿Que diremos del Corazón divino de
Jesús? El se nos manifiesta por los sentimientos que nos inspira, y esto
debe bastarnos. Por otra parte ¿quién sería capaz de contemplar la
belleza y la bondad de este Corazón? ¿Quién podría tolerar el esplendor
de su gloria ni soportar la intensidad del fuego devorador de su amor…
capaz de consumirlo todo? ¿Quién se atrevería a dirigir su mirada a esa
arca divina, en la cual está escrito con letras de fuego su evangelio de
amor, en donde se hallan glorificadas todas sus virtudes, donde su amor
tiene su trono su bondad guarda todos sus tesoros? Quién querría
penetrar en el propio santuario de la divinidad? ¡El Corazón de Jesús!
¡Ah, es el Cielo de los cielos, habitado por el mismo Dios, en el cual
encuentra todas sus delicias!
El Corazón de Jesús nos guarda: mientras el Salvador, encerrado en una débil Hostia, parece dormir el sueño de la impotencia, su Corazón vela: Ergo dormio et cor meum vigilat.
Vela, tanto si pensamos como si no pensamos en Él; no
reposa: continuamente está pidiendo perdón por nosotros a su Padre.
Jesús nos escucha con su Corazón y nos preserva de los golpes de la
cólera divina provocada incesantemente por nuestros pecados; en la
Eucaristía, como en la cruz, está su Corazón abierto, está su Corazón
abierto, dejando caer sobre nuestras cabezas torrentes de gracias y de
amor.
Está también allí este Corazón para defendernos de nuestro enemigos,
como la madre que para librar a su hijo de un peligro lo estrecha contra
su corazón, con el fin de que no se hiera al hijo sin alcanzar también a
la madre. Y Jesús nos dice: «Aún cuando una madre una madre pudiera
olvidar a su hijo, yo no os olvidaré jamás».
La segunda mirada del Corazón de Jesús es para su Padre. Le adora con
sus inefables humillaciones, con su adoración de anonadamiento; le
alaba y le da gracias por los beneficios que concede a los hombres sus
hermanos; ofrécese como víctima a la justicia de su Padre, y no cesa su
oración el favor de la Iglesia, de los pecadores y de todas las almas
por Él rescatadas.
¡Oh Padre eterno! Mirad con complacencia el corazón de vuestro Hijo Jesús. Contemplad su amor, oír propicio sus peticiones y que el corazón eucarístico de Jesús sea nuestra salvación.
San Pedro Julián Eymard. Obras Eucarísticas.
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